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Este viaje hemos podido hacerlo todos los abaraneros sin salir de nuestro casco antiguo gracias a la ilusión y al buen hacer y a la entrega de unos vecinos que se sienten orgullosos de su barrio y, por ende, de su pueblo y que dedican mucho tiempo y mucho esfuerzo a disfrutar y, sobre todo, a hacer disfrutar a sus paisanos. Y esto tiene un gran mérito en unos tiempos en que no es tan fácil salir del interés personal y volcarse en los demás.
Si en Navidad nos transportaron y nos hicieron revivir el ambiente de Belén con todos los detalles que ambientarían el nacimiento del Niño, ahora en estas fechas de finales de abril nos han hecho viajar al ambiente de la feria sevillana con sus farolillos, sus casetas, sus bailes, su ambiente taurino y casi todo lo que envuelve esas jornadas abrileñas en aquella ciudad andaluza.
Y todo a cambio de nada, bueno, a cambio de nuestro reconocimiento y agradecimiento como abaraneros/as por hacernos romper la monotonía y la rutina y embarcarnos en unos viajes ilusionantes. Todo ello se produce por una simbiosis maravillosa entre el paisaje geográfico y el paisaje humano.
Del paisaje geográfico, es decir, nuestro casco antiguo, hay que repetir una vez más que tiene una configuración realmente atractiva con sus callejuelas estrechas y retorcidas, con sus sugerentes rincones, con sus sutiles pendientes y ello hace que encierre muchas posibilidades para su lanzamiento como otro de los atractivos turísticos de este pueblo, que tiene muchos, pero que tenemos nosotros que creérnoslo primero y abandonar el derrotismo que nos invade y transformarlo en orgullo de ser y de vivir en este rincón del Valle. Pero ese entorno necesita de un proyecto de restauración o rehabilitación que podría consistir en el encalado de algunas fachadas, colocación de elementos ornamentales, creación de algún espacio de ocio, señalización de algunos rincones o casas, celebración de eventos de tipo festivo, cultural…, en definitiva, darle vida a un lugar que se lo merece. Este debe ser un punto importante, a mi parecer, en los programas de cualquier partido que se presente a las próximas elecciones, pero para cumplirlo, pues, además, se puede hacer de manera paulatina y no exige una inversión muy importante. Es más importante la sensibilidad y la mentalización que el dinero que conlleva.
Pero este paisaje geográfico, aunque lo dejáramos “de cine”, estaría incompleto sin unas gentes que lo habitaran y que sintieran orgullo y cariño por el barrio en el que desenvuelven sus vidas. Y, en este caso, ese paisaje humano cumple más que de sobra esa condición. Se sienten a gusto y satisfechos con su barrio y quieren realzarlo y potenciarlo con sus iniciativas. Y tan importante como este orgullo es la capacidad de unirse todos para una meta común. Y en estos tiempos de desunión, de enfrentamientos, de asperezas tiene mucho mérito el que unos vecinos de diferentes edades, condiciones, creencias, pensamiento, ideologías… olviden lo que les separa y pongan por encima lo que les une que es mucho más importante, pues los sentimientos de amistad y de vecindad y de paisanaje deben estar por encima de cualquiera otros que siembren división y enfrentamiento. Y eso, que siempre hay que recordarlo, en épocas electorales hay que tenerlo más presente que nunca, pues, por desgracia, aún le falta madurez a nuestra sociedad para evitar que las diferencias políticas, que son muy legítimas, no repercutan en las relaciones sociales, vecinales e incluso familiares.
Este ejemplo de unión de todos los habitantes de un barrio debería no ser una excepción y no durar solo unos días, sino que debería extenderse a todo el pueblo y para siempre. Y en ello también tienen que poner de su parte aquellos que están dentro de la política y que piden nuestro voto, pues en lugar de insistir en lo que nos separa deberían poner hincapié en lo que nos une, lo cual no es óbice para que cada uno presente su alternativa diferenciadora del resto, pero en un ambiente alejado de crispación, malas formas o descalificaciones que son poco edificantes, un ambiente de positiva convivencia, de sana alegría, de entrañable amistad como el que se vivió en el barrio de La Solana recreando una Sevilla en la que solo faltaba la Giralda.
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