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Merecido primer premio para Guillem Vallejo en el V Concurso de Relato Corto Pedro Soler

Redacción / Laura Yelo Sábado, 02 de Diciembre de 2023 Tiempo de lectura:



La Biblioteca Municipal D. José Vargas acogió este viernes el acto de entrega de premios del ‘V Concurso de Relato Corto Pedro Soler’, un evento convocado por el Ayuntamiento de Abarán, la Fundación Cajamurcia y el diario La Verdad. Esta cita literaria contó con la presencia del ganador de esta edición, el poeta, ensayista y crítico literario Guillem Vallejo Forés que acudió expresamente desde Barcelona, su ciudad natal, para recoger el premio, al igual que hizo la periodista Paqui Pérez Peregrín, natural de Águilas, a quien se otorgó uno de los dos accésits.

 

En acto contó con las intervenciones de Jesús Gómez, Alcalde de Abarán; Pascual Martínez, director de la Fundación Cajamurcia, y Manuel Madrid, periodista de 'La Verdad' y miembro del jurado. También asistió la autora del cartel de este año, la artista murciana Carmen Cantabella; la concejala de Cultura del Ayuntamiento de Abarán, Penélope Luna, y distintos miembros de la Corporación Municipal, además de amigos y familiares del recordado Pedro Soler, que era natural de Abarán.

 

Manuel Madrid, que hizo las veces de presentador del acto, dedicó unas palabras al periodista que da nombre al concurso: «Desde que lo creamos hemos intentado mantener vivo el espíritu de Pedro Soler, nuestro compañero periodista, cronista oficial de Murcia, escritor, amigo y familia de muchos de los presentes. Seguramente Pedro estaría muy contento del resultado de esta quinta edición del concurso», decía.

 

 

'Los loguiatras',

 

La obra ganadora lleva por título 'Los loguiatras', una historia inspirada por unos geniales y pacíficos seres que creen en el poder comunicador de la palabra y cuya misión es «salvaguardar la vida del lenguaje, sin convertirlo en arma o catapulta de sus propios pesares», según expresa su autor.

 

Este relato «refuerza la convicción del poder transformador de la escritura para aliviar a la sociedad de las cargas que ella misma genera y, al mismo tiempo, para facilitar al ser humano la asunción de todas las incertidumbres del mundo». Para el jurado, reunido esta semana para emitir el fallo y compuesto por el cronista oficial de Abarán, José S. Carrasco Molina, y los periodistas María Soler, Encarna Yelo y Manuel Madrid, actuando en calidad de secretaria María del Carmen Gómez, de la Biblioteca Municipal Don José Vargas, el relato ganador es «una oda cargada de lirismo en defensa de la palabra como instrumento primordial que facilita la comunicación social y, al mismo tiempo, una reivindicación de la utilidad del lenguaje en el ejercicio de la profesión periodística para rendir testimonio a la verdad y llamar a las cosas por su nombre». 'Los loguiatras', como afirma el narrador del relato, «suelen camuflarse en otros oficios: cantantes, poetas, profesores, periodistas, y un etcétera que alcanzaría al niño empecinado en inventar mágicas palabras que pasaran inadvertidas por los tiranos monolingües».

 

Guillem Vallejo es residente en Barcelona. Doctor en Filología Clásica por la Universidad de Barcelona y durante diez años profesor formador en el Colegio de Doctores y Licenciados de Barcelona, es autor de ensayos como 'Taller de poesía' (1992), 'Federico García Lorca' (1992) y otros libros como 'Las verdades imposibles'; Perfil sin sueño' (Premio Fundación La Carolina 1993); 'El frutal del adiós'; 'Ahorismos en azul'; 'Ahorismos en rojo' o 'Mirall obert'. Tiene obra poética recogida en distintas e importantes antologías y es crítico literario en revistas como 'La indiscreta', 'Cálamo' o 'El Ciervo'. Dirige y coordina la tertulia 'Ética y poesía' en el Ateneo de Barcelona y es presidente fundador de la asociación cultural 'Poesía en Acció', que ha promovido 24 ediciones de la antología 'Poesía solidaria'.

 

El jurado resolvió también conceder los dos accésits a los relatos presentados por la periodista aguileña Paqui Pérez Peregrín (periodista de Radio Murcia-Cadena Ser), que bajo el pseudónimo 'Terciopelo negro' firma el relato '¡Quién soy yo!', que tiene como protagonista al periodista Pedro Soler y es un homenaje a su labor investigadora en archivos, y para el periodista y escritor alavés David Mangana Gómez, que bajo el seudónimo 'Horcajada' concurrió con el relato 'Off the récord', que versa sobre una particular reunión entre una periodista y su fuente de información en un coche. El periodista zaragozano Javier Cortés Domínguez recibirá una mención especial por su relato 'Crónica de una limpiadora'.

 

 

182 obras presentadas

 

Esta quinta edición ha batido récord de participación, ya que se han presentado 182 obras originales llegadas desde distintos rincones de España y de América.

 

Recordamos que el primer premio de este concurso, que honra la memoria del periodista de La Verdad, escritor, comentarista de arte, cronista oficial de Murcia y abaranero universal Pedro Soler, está dotado con 1.000 euros para el ganador, y dos accésits (que en esta edición serán tres), que recibirán 100 euros cada uno.

 

Cabe destacar que Alcalde de Abarán, Jesús Gómez, en los momentos finales del acto, anunció, en primicia, que para la siguiente edición se aumentará en 200 euros la cuantía del primer premio, pasando a ser de 1.200 euros.

 

En las próximas horas podrán ver aquí el vídeo íntegro del acto

 

[Img #43105]

 

Los loguiatras eran unos seres enfermos. Tenían la enfermedad de la palabra. Morían por ella, y sabían que la única forma de salvarse era salvarla. Su profesión no estaba apenas valorada, incluso hubo siglos en que el estado pasó por el potro de tortura a los mismos que amparaban su memoria. Pero ellos tenían su juramento hipocrático, y a pesar de algún que otro discurso incisivo, salvaguardaban la vida del lenguaje sin convertirlo en arma o catapulta de sus propios pesares.

 

Su tarea era ardua. Había palabras que estaban destinadas a morir prematuramente. Su nacimiento era fruto de una ironía del tiempo, que se complacía en dar una ufana eternidad a las que tenían al ver la luz sus sílabas contadas. La palabra volaba libre, se posaba en la tenue curva de un caracol cualquiera, y algo la absorbía fatalmente hacia adentro. El proceso siguiente era almacenar la palabra hasta que llegara el momento en que pudiera salir otra vez de la cueva para echarse a volar, mensajera de algún fin, casi siempre efímero como ella. Entre caracol y cueva la palabra podía darse sus buenas piruetas al aire, sopesar la atracción, o bien la indiferencia de sus sonoras letras; pasar columpiándose de caracol en caracol, hasta caer en las manos de un disecador de palabras, que la guardaría en una blanca sábana para dormir encasillada en su definición.

Cada siglo tenía sus palabras preferidas: 'honra, fe, virtud, sacrificio, injusticia, revolución'; y alguna a prueba de guerras y de épocas como «dinero»... Sus estentóreos colores expandían una gama de variados matices que podían acabar con los tímpanos más fuertes. Se inflaban de orgullo, se embadurnaban de adjetivos, hacían piafar verbos indomables, y todo quedaba en una carrera de sandeces.

 

El loguiatra era aquel que advertía, como el buen corredor de bolsa, el alza o la baja de las futuras palabras presentes; pero a diferencia del primero sus fines no eran precisamente lucrativos. Solían camuflarse en otros oficios: cantantes, poetas, profesores, periodistas, y un etcétera que alcanzaría al niño empecinado en inventar mágicas palabras que pasaran inadvertidas por los tiranos monolingües. Había poblados enteros de loguiatras perseguidos por su tez y por sus trenzas, con una riqueza de expresiones, con una herencia milenaria más viva por no haber sido nunca disecada. Y mientras un escuadrón del absurdo o de la muerte arrasaba chozas, cercenaba lenguas, cortándole las manos a la historia, a sus palabras; otros loguiatras se desvivían laboriosos en su arqueológico almacén. Pero su trabajo, reconozcámoslo, era absolutamente necesario. Imaginemos, por ejemplo, qué ocurriría si se perdiera el 'Homo sapiens', junto o, como es más usual, separado; pues, sí señores, perderíamos un peldaño decisivo de la historia del hombre. Y los pobres profesores de historia tendrían que subir de arriba a abajo, entre clase y clase, un montocito de huesos para mostrar a sus alumnos uno de nuestros antepasados. O si desapareciera esa otra palabra: 'antología', ¿dónde colocaríamos a tanto loguiatra suelto?

 

Pero lo que perdía a los loguiatras era su mismo amor por la palabra: quien tiene palabras no necesita fusiles, ni bombas de droga, de átomo o de núcleo; se basta con decirlas, el hacerlas da pánico. Los loguiatras eran, son, y esperemos que sean, unos seres pacíficos que creen en el poder comunicador de la palabra, incluso en los tiempos en que estas se ven arrinconadas, trasegadas a arbitrio de decoros y apariencias. No toleran, por ejemplo, que al horrendo hecho de 'matar al enemigo' pueda llamársele 'neutralizarlo'; porque aunque no atendiéramos a la obviedad de que el enemigo no es más que nuestra propia falta de palabras, de razones, habríamos al menos de rendir testimonio a la verdad, llamando a las cosas por su nombre.

 

La dificultad de su trabajo estribaba en enderezar las palabras, en volverlas a su cauce, a su sentido. Siempre han sentido una gran debilidad, probablemente hija de sus antepasados: su amor al libro. Los loguiatras no se resignan a ver desaparecer a uno de sus objetos más fieles, el papel.

 

Gracias a los gruesos pergaminos conservamos los códices del Conde Lucanor que el buen Don Juan Manuel se preocupó tanto en salvaguardar, y aunque el oro de los siglos y de las Américas facilitó su impresión, todavía se conservan en la Biblioteca Nacional las huellas del trazo de sus manos. ¿Qué ocurriría ahora con tanta biblioteca informatizada, con tanta letra luminosa, sólo legible al encenderse una pantalla?; ¿qué sucedería si en lugar de saborear el roce ritual de la yema del dedo acariciando las páginas, el olor de las hojas recién impresas, las llameantes portadas compitiendo en líneas y colores, nos encontráramos ante las puertas de lo virtual.¡

 

Los loguiatras se hallan realmente ante una virtualidad sin salida; porque, tiren por donde tiren, la modernidad siempre acaba imponiéndose. El libro electrónico se reduce cada vez más como si se sintiese avergonzado y buscara la intimidad de la ropa por lo original de su pecado. Los niños parecen hipnotizados con los videojuegos y libran con su dedo índice las más atroces batallas.

 

Y por si fuera poco la 'seriemanía' vive de la promiscuidad, se mete en las casas y se lleva hasta la cama a la familia entera, sin importarle la edad. Quizá sus recelos sean los mismos que los de sus antepasados ante la escritura o la imprenta; quizá los loguiatras futuros estarán aún más preparados con sus bancos de memoria; quizá un día los loguiatras ya no sean necesarios porque todo el saber humano esté tan al alcance de la mano que este prefiera, como nuestro primer primate antepasado, rascarse enigmáticamente la cabeza.

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