Antonio Saorín en las escaleras que acceden a su casa
No son muy comunes casos como el que personifica Antonio Saorín Molina, vecino de Abarán, nacido el 7 de junio de 1921 en el campo de Ricote, con la calidad de vida que atesora. Casi en plenas facultades físicas, mentales y emocionales (solo acusa un poco de sordera), se hace valer por sí mismo aún a pesar de que hace apenas dos años, en 2022, tuvo que ser operado de cadera, «pero no necesito andador», advierte.
A lo largo de sus 102 años de existencia, la vida de Antonio Saorín ha estado marcada por la familia y el trabajo. «No llegué a conocer a mi madre, Purificación, que murió de sobreparto, pero sí a mi padre, Antonio, aunque a mí me criaron mis abuelos Remedios y Antonio», explica mientras descansa en una silla en la que suele pasar buena parte de las tardes, «porque si me siento en el sofá me quedo durmiendo», reconoce este vecino centenario, que tiene una vida de película.
Antonio confiesa que la escuela no estaba hecha para él, pues «hacía novillos tres días y los otros eran para jugar, así que con 12 años me puse a trabajar para ayudar a mi familia, y siempre como obrero agrícola, con la azada en la mano en varias fincas», recuerda.
Antonio, afortunadamente, no ha padecido enfermedades graves en su vida, tan solo algún que otro resfriado común «como el que tengo ahora», avisa. Y preguntado por el secreto que le ha permitido vivir tantos años, responde que «no he abusado del alcohol y del aparato sexual, pues la única mujer en mi vida ha sido mi santa esposa, María Marín Miñano, aunque fumé mucho hace demasiados años, y le pido a Dios cada día que me deje cumplir los 103 años», suplica, emocionado, cuando recuerda las muertes de su hijo Antonio, en accidente de tráfico en 1968, y la de su mujer en 1987.
La familia ha sido para él su principal valor. De cinco hermanos, es el mayor y solo le queda su hermana Pilar. Sus tres hijas María, Victoria y Ángeles, le han proporcionado ocho nietos, «tres de ellos guardias civiles», destaca con orgullo, y 10 biznietos.
Este vecino de la calle 'La cañá' es una persona muy conocida y querida en Abarán. Se levanta muy temprano, desayuna, y casi todos los días camina hacia el supermercado para hacer la compra. «Me quieren todas las dependientas y les digo piropos, aunque las respeto mucho, y con mi bolsa a las espaldas vuelvo a casa».
Saorín sirvió en el ejército en Canarias, durante 30 meses, y en Lorca otros seis. «Hace falta más educación en el mundo», se lamenta, mientras cuenta que su penúltima emoción la vivió el pasado 6 de enero con la llegada del Niño Jesús a su casa.
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