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La parroquia de San Pablo acogió el acto de consagración de la primera religiosa ermitaña de la Diócesis de Cartagena y Murcia

Redacción Lunes, 08 de Julio de 2024 Tiempo de lectura:

 

Este domingo tuvo lugar en la parroquia de San Pablo de nuestra localidad la consagración como religiosa ermitaña de Rosario Hernández, quien desde hace unos años vive su vocación en la Casa de Oración, situada en el Campo de Ricote, a espaldas de la Sierra del Oro, en el término municipal de Abarán.

 

Rosario se convierte así en la primera religiosa ermitaña consagrada de nuestra diócesis, lo que ha supuesto un evento histórico tanto para la propia diócesis como para la parroquia a través de una celebración muy concurrida de fieles que fue presidida por el Excmo. y Rvdmo. Mons. Obispo D. José Manuel Lorca Planes y en la que, entre otros sacerdotes, estuvo el párroco de San Pablo, Miguel Ángel Saorín. En esta consagración, Rosario hizo profesión pública mediante voto de los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia en manos del obispo, tomando en su nueva vida el nombre religioso de Paula, escogido en honor de un santo anacoreta: san Pablo de Tebas, considerado como el primer ermitaño.

 

 

Soledad y recogimiento

 

Rosario Hernández Ruiz ha vivido desde siempre una profunda vocación religiosa, en contemplación y oración. Nacida en la pedanía murciana de 'Los Garres', colgó los hábitos de monja para entregar su vida a Dios en solitario, y desde entonces, hace ya más de seis años, vive en la conocida 'Casa de la Oración' que un buen día levantara en pleno campo de Ricote el recordado sacerdote abaranero Don Antonio Yelo y que esta religiosa ha convertido en su lugar de retiro espiritual para centrarse en su relación con Dios.

 

 

Un deseo en el corazón

 

Si le preguntan en qué momento tuvo clara su vocación a la vida eremítica, Paula habla de una búsqueda. «Esto no es algo súbito; no es que una se levante por la mañana y diga “creo que tengo vocación de ermitaña”», puntualiza. En su caso, antes que ermitaña, fue monja dominica en un convento de clausura durante muchos años. «Yo estaba muy bien en mi vida consagrada, fue simplemente que, a través de la lectura espiritual, conocí la vida eremítica, la vida de oración interior; y despertó en mi corazón un deseo de mayor soledad». Le comunicó su inquietud a su confesor y pidió hacer una experiencia en una orden monástica que siguiera un estilo de vida similar a la eremítica. Durante la experiencia, que duró varios años, confirmó la llamada que sentía. «Volví con las monjas dominicas, pero ya tenía claro que mi vocación era otra; pedí la secularización y dejé que el Señor decidiera dónde y cómo».

 

A los años, cuando sintió que el Señor le pedía seguir dando pasos en esa dirección, habló con el obispo y, con su aprobación, empezó su vida como ermitaña en una casa de oración ubicada en la Sierra del Oro del término municipal de Abarán, retirada y con vistas al Valle de Ricote, donde reside actualmente. «Cuando vine a ver esta casa tuve claro que este sería el lugar y, aunque se empieza con cierto miedo por si es o no el camino, el Espíritu Santo se encarga de confirmarlo: cuando pasa una semana, un mes, un año, diez años… y sigues con ganas, ya no cabe la menor duda».

 

 

Consagrada al Señor

 

La celebración de su profesión comenzó con el escrutinio, después del cual la ermitaña fue revestida con el hábito negro, signo de morir al mundo y a uno mismo para la salvación de las almas; con una capucha que cubre la cabeza, porque su cabeza debe ser Cristo; un cinturón, en alusión a la obediencia; y un rosario, por la oración y la vinculación a María. Después de la homilía, comenzó el rito de consagración con la profesión de los votos de pobreza, castidad y obediencia en manos del obispo, a los que sumó un voto de conversión continua y también de estabilidad, es decir, de fidelidad y perseverancia en su vocación. Le siguió la postración en el suelo, símbolo de humildad, y la letanía de los santos; así como la entrega del anillo, símbolo del desposorio con Cristo; del crucifijo sobre el pecho y de una custodia, como signo de la oración continua que caracteriza a los ermitaños. Paula también recibió la bendición del obispo como envío al «desierto» en su forma de vida eremítica.

 

«Fue muy emocionante; la celebración la viví verdaderamente como una boda mística, con esa gracia de ser recibida por la Iglesia y de decir: “Señor, yo no soy nada y me has elegido sabiendo que soy pobre; has pasado por mi vida y me has llamado por mi nombre”. Ese es el misterio y la gracia que estoy viviendo; por medio de la imposición de manos del obispo, que marca un antes y un después en mi vida eremítica», concluye Paula, no sin antes añadir que esta vocación consiste en «entregarse al Señor en total soledad y aislamiento, en un apartarse del mundo, del ruido; de todo aquello que impida estar totalmente centrados en el Señor, una entrega que se vive en una oración continua. Lo normal para un ermitaño es rezar durante la noche y durante el día; que hagamos lo que hagamos estemos en oración».

 

Parte de este texto ha sido redactado por Carmen García (Revista Nuestra Iglesia).

 

 

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