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José S. Carrasco Molina

MANTENER LA LLAMA

José S. Carrasco Molina 1 Miércoles, 22 de Agosto de 2018 Tiempo de lectura:

El pasado día 8 de agosto, como cada año, nos reunimos un grupo de fieles en la iglesia de San Juan Bautista para conmemorar el 36 aniversario de la muerte del Venerable Don Juan Sáez, en proceso de beatificación. Hay que agradecer la disponibilidad del actual párroco Don Alberto que, aunque, por su edad, no conoció a Don Juan, siente por él una gran admiración y un deseo de imitar su quehacer sacerdotal.

 

Es una cita anual que no podemos dejar pasar porque nuestro pueblo es el que debe mantener la llama del recuerdo de este cura que, si llega a beatificarse será conocido como “el cura de Abarán”, pues, aunque estuvo en otras parroquias en su larga vida sacerdotal es aquí donde más tiempo permaneció (de 1955 a 1973) y donde más honda huella dejó. Seguramente no somos del todo conscientes de lo que supondría para nuestro pueblo el que Don Juan llegara un día a los altares.

 

Por ello debemos trabajar en mantener su memoria, pues hay que tener en cuenta que incluso en este pueblo ya las personas menores de 50 años no lo conocieron, por lo que hay que esforzarse en transmitir a las jóvenes generaciones la realidad de la vida de este hombre que realmente «pasó haciendo el bien». Es por ello por lo que en las parroquias, en las escuelas, en los medios de comunicación, hay que mantener encendida esa llama.

 

Y es que Don Juan podría ser definido como un «cura total», pues era cura las 24 horas del día y removía todos los ámbitos de la vida de una parroquia. El Vaticano, para beatificarlo, espera que se demuestre un milagro realizado por su intercesión, aunque los que conocimos bien su trayectoria vital y sacerdotal podemos concluir que su vida fue un gran milagro, pues parece algo sobrenatural que un hombre que no era intelectualmente muy brillante ni físicamente muy fuerte fuera capaz de llevar a cabo una labor tan intensa como la que desarrolló no solo en Abarán sino en todos los pueblos por donde pasó.

 

Pues Don Juan amaba a los niños y dedicaba a la catequesis horas y horas, disponiendo en su época de los medios más avanzados, además de visitar las escuelas con mucha frecuencia. Fruto de ello fue el gran número de monaguillos que hubo en la parroquia, muchos de los cuales fueron después al Seminario.

 

Junto a los niños, los enfermos, a los que visitaba con gran frecuencia, llegando incluso en algún caso a hacer de enfermero curando heridas, y no solo en el pueblo sino que se desplazaba a Murcia cuando sabía que había en algún hospital alguien conocido.

 

Y es proverbial su atención a los pobres, a los más necesitados, a los que daba no lo que le sobraba sino lo que tenía, desde alimentos a ropa o dinero, aunque él disponía de poco. Además, en silencio, resolvía problemas de falta de trabajo o incluso intentaba a veces liberar de la cárcel a algún feligrés que se encontraba en tan triste situación.

 

Por si esto fuera poco, como él quería que el Señor tuviera una casa digna, hizo importantes reformas en la iglesia de San Pablo y en la de Santiago Apóstol y bajo su iniciativa se construyeron la de San José Artesano y la de San Juan Bautista, la obra de su vida. Junto a estas obras materiales para el culto, destacaba por su gran cuidado con la liturgia y sus celebraciones eran todo un ejemplo de fe verdadera, transformándose en cada Misa en el mismo Cristo.

 

Junto a todo ello, impulsó la Acción Católica y los Cursillos de Cristiandad y la Adoración Nocturna y el Apostolado de la Oración y las Marías de los Sagrarios y la Hermandad del Descendimiento, además de llevar a cabo con frecuencia Misiones Populares en algunas de las cuales participó el célebre Padre Rodríguez.

 

Las vacaciones no existían para él, a lo sumo de vez en cuando “desaparecía” de la parroquia (entonces había coadjutores) y se iba a retirarse unos pocos días al Eremitorio de la Luz, cerca de la Fuensanta, donde dejó también una honda huella de espiritualidad  en los hermanos que allí vivían.

 

Es difícil dar con el secreto de esta actividad tan intensa en un hombre que no era ni mucho menos de fuerte contextura, aunque quizás la razón de todo esté en las horas y horas que pasaba frente al sagrario, incluso parece ser que noches enteras algunas veces y la mayor parte del tiempo de rodillas. 

 

Son méritos más que de sobra para que ya se cuente entre los santos declarados por la Iglesia, algo de lo que, sin duda, él no se sentiría digno, pues su humildad no lo consentiría.

 

De cualquier manera, a los abaraneros nos toca empujar para que llegue el día en que esa beatificación se produzca, pues ese será un gran día para la Iglesia y para este pueblo, que él consideraba su pueblo, aunque no hubiera nacido aquí, por lo que tener que marcharse de aquí, obedeciendo al obispo y sin una palabra de reproche o queja, fue para él el mayor dolor de su vida sacerdotal, una vida, plena, extensa e intensa.

 

(José S. Carrasco Molina)

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