
Ocho años viviendo entregada a Dios, a la soledad y a la caridad. Confiada al silencio, pero también a la multitud de la oración, a un sueño que cada día y noche se hace realidad en el cuerpo, el alma y también en el espíritu de Rosario Hernández, la ermitaña natural de la pedanía murciana de Los Garres, que en 2014 colgó sus hábitos como monja dominica y transfirió su alma a la comunicación constante con Dios, recluyéndose en la denominada 'Casa de la Oración' ubicada en el término municipal de Abarán.
Con vistas hacia el Campo de Ricote, esta pequeña ermita se encuentra enclavada a los pies de la Sierra del Oro. Fue rehabilitada durante la segunda mitad del siglo XX por el sacerdote abaranero, ya fallecido, Antonio Yelo Templado. Allí se celebraban excursiones con jóvenes catequistas y, tras la muerte del párroco, la posesión del inmueble pasó a manos del Ayuntamiento de Abarán.
Sin televisión, ni radio
Sin televisión, radio, ni cualquier otro elemento que pueda perturbar su propósito espiritual, Charo -como también quiere que la llamen-, comienza su jornada diaria muy temprano. «Para entregar el corazón a Dios no puedes estar contaminada con las noticias del día a día. En la televisión, la mayoría de noticias son malas y eso te aparta de la purificación de la mente», comenta.
Por ello, a las tres de la mañana se levanta y accede al corazón de la casa, esto es, a la capilla, donde se ubica un pequeño altar con la imagen de Jesús. De rodillas, reza durante más de una hora para después proceder a tomar un pequeño desayuno.
Cuando el reloj se encamina hacia las cinco de la madrugada, llega para Charo el momento de la 'oración silenciosa'. Sin el más mínimo ruido, la ermitaña combina en su pensamiento los rezos y las rogativas para que acaben los males del mundo. Tampoco faltan las plegarias para pedir por los más necesitados y por los enfermos y, en estos últimos días, por la paz en el mundo y el cese de las hostilidades bélicas en Ucrania.
Comienza el día y Charo no aleja al Altísimo de su retiro espiritual, para lo cual dedica varias horas al estudio de la Biblia mientras atiende a otros quehaceres habituales de la casa, como regar el pequeño jardín con flores silvestres que tiene junto a la casa.
Su entrega a Dios ha hecho que tenga y deba vivir de la caridad, de aquello que los demás le aportan. En realidad, la Casa de la Oración es un pequeño templo de clausura con varias celdas a las que puede ir quien lo desee. «Dios nos dice que acojamos a los demás y, por ello, mi casa está abierta a la gente que pueda necesitar un contacto con Dios». Y así es, porque a este retiro espiritual acude habitualmente gente del entorno y de los pueblos cercanos. A sabiendas de que Charo vive de lo que los demás le aportan, muchos vecinos le llevan regularmente alimentos como fruta y otros no perecederos. «Nunca carne, porque el sacrificio nos lleva también a ir prescindiendo de este alimento», explica.
Entre los habitáculos más acogedores de su hogar, se encuentra la salita de estar, donde no falta una mesa camilla junto a un ventanal por el que se divisan los extraordinarios atardeceres. Allí es donde Charo inspira sus dotes artísticas pintando iconos religiosos o fabricando rosarios. «Lo hago para ganarme el pan, tal y como Jesús nos indicó. Con ellos pido solo un donativo que me sirve para pagar algunos gastos como la electricidad o el teléfono móvil, que lo tengo que tener por razones de seguridad».
Pasó la Covid
No sabe ni cómo ni quién se la llevó, pero el caso es que a Charo la visitó la Covid-19. Tras las navidades pasadas comenzó a sentirse mal, aunque no le dio importancia. Sin embargo, una madrugada, la respiración comenzó a fallarle. «Me acosté y le dije a Jesús que, si esa era su voluntad, hasta ahí llegaba y me iba con él. Pero sin saber cómo, me dormí o tal vez me quedé inconsciente». Al día siguiente, una ambulancia la trasladó al Hospital de Cieza, donde, afortunadamente, logró recuperarse.
Sin embargo, reitera que, en ningún momento, ni tiene miedo ni se siente sola. «Dios te protege y, a la vez, te aísla del miedo. Él está siempre con aquellos que le abrimos el corazón y, cuando lo necesitamos, nos ayuda».







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