
¿Puede el pueblo más pequeño de la Región de Murcia crear uno de los espectáculos de fuegos artificiales más multitudinarios e impresionantes? Sí, este es el sorprendente caso de Ojós, una localidad de solo 532 habitantes que, cada 28 de agosto, protagoniza un auténtico milagro de luz, sonido.
Nuestro compañero José S. Carrasco no solo nos transporta con un vívido artículo a la magia de la noche de San Agustín -donde el cielo de Ojós estalla en un concierto atronador de cohetes-, sino que destaca el verdadero motor del evento: el espíritu incansable de sus vecinos.
OJÓS: ALGO MÁS QUE COHETES
Aún faltaba más de una hora para el evento y circular por la zona ya era casi imposible, y encontrar aparcamiento casi una utopía. Las carreteras que dan acceso al pueblo de Ojós desde Blanca, Ricote o Villanueva eran improvisados aparcamientos para cientos de vehículos de los que bajaron miles de personas para contemplar un espectáculo de sonido y color realmente impresionante.
Eso ocurre cada 28 de agosto, festividad de San Agustín, no en una localidad grande o en una ciudad importante, sino en el pueblo más pequeño de la región, un pueblo con 532 habitantes, la mayoría jubilados, con una escuela de apenas 20 alumnos.
Pues allí se produce cada año lo que puede considerarse como un pequeño o gran “milagro”, pues ya es llamativo que en el pueblo más pequeño de la provincia tenga lugar uno de los eventos pirotécnicos más grandes de toda Murcia.
En un marco realmente envidiable, entre las montañas que conforman y defienden este sugerente y encantador pueblo, pasadas las once de la noche, al recogerse su patrón San Agustín, miles de cohetes, miles, suben al cielo para iluminarlo y crear un estallido de sonidos realmente atronador, en una estampa que impresiona, emociona y sobrecoge.
Pero tan importante como el maravilloso espectáculo es el espíritu que late debajo y que lo hace posible pues, aunque el ayuntamiento presta su colaboración, son los vecinos, en este pueblo de tan pocos habitantes, los que con su unión, esfuerzo e ilusión, son los principales responsables de este magno ejemplo de luz y sonido que atrae cada año a miles de espectadores de todas las edades y de muy variadas procedencias. Y ese espíritu y esa labor callada previa a este gran evento es tan importante como el ruido y el color que inundan el entorno en esos mágicos momentos.
Consciente y defensor de que la pólvora, junto con la música, deben ser los componentes fundamentales de las fiestas de un pueblo, mientras veo cada año este derroche mágico de fuego y de ruido, hago mentalmente una regla de tres simple -aunque no soy matemático-, y pienso que si en un pueblo de poco más de 500 habitantes logran esto, qué podríamos hacer en el nuestro, que tiene 20 veces más, si propusiéramos una iniciativa parecida para el momento de la recogida de nuestros santos tras su solemne procesión.
Y, como soñar es gratis y no cuesta trabajo, me imagino ese momento en que van a entrar en su ermita los dos médicos santos, con cientos de cohetes, ofrecidos y sufragados por el pueblo, estallando en el cielo septembrino en un concierto atronador y festivo que haría vibrar todo el valle.
Pero, bueno, hay que aterrizar en la realidad y, mientras eso llega, nos conformaremos con escuchar una traca junto a la estatua de Nicolás en el atardecer de cada 26 de septiembre. Menos da una piedra.
José S. Carrasco Molina
Cronista oficial de la Villa
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