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José S. Carrasco Molina

¿Quién arregla el reloj ahora?

José S. Carrasco Molina 3 Miércoles, 29 de Mayo de 2019 Tiempo de lectura:

Hace ya unas semanas publiqué un artículo en el que me hacía eco de la penosa situación del reloj de la iglesia de San Pablo, parado ya mucho tiempo y, por tanto, sin dejar escuchar el sonido de las campanas en los cuartos y en las horas, algo que forma parte de nuestro patrimonio inmaterial y que no deberíamos perder definitivamente. No sé si en este tiempo se ha hecho alguna gestión para solucionar el tema, seguramente no. Y es uno de esos detalles de  los que conforman la vida del pueblo y a los que habría que atender.

 

Pero, si importante es poner en marcha ese reloj físico, mucho más lo es arreglar otro reloj más importante, el reloj metafórico del pueblo. Y yo apuntaba, antes de las elecciones que se iban a presentar varios “relojeros” para intentar ponerlo en hora cada uno con sus piezas y sus procedimientos. Y al final sería el pueblo el que tendría que elegir entre ellos cuál le parecía más adecuado para llevar a cabo ese arreglo.

 

Y he aquí que el pueblo ya ha hablado y se ha producido una situación novedosa y complicada que nuestros representantes deberán solucionar, anteponiendo el bien del pueblo a cualquier interés partidista y teniendo claro que las piezas para arreglar este reloj y,  sobre todo, el espíritu para hacerlo, deben ser novedosos, capaces de ilusionar a este pueblo, ahora en una situación de desánimo que hay que superar sin dilación.

 

No se trata tanto de nombres como de capacidad y empeño e ideas para ser capaces de revertir esta situación en que Abarán, ese pueblo del que hace unas décadas todos hablábamos con orgullo y que era referente en la región por su empuje, sus logros, su capacidad de iniciativa, se encuentra en la actualidad.

 

Sea quien sea el primer responsable de la gestión municipal, debe ser consciente de que, ante la falta de recursos, habrá que echar mano de la imaginación y si ponemos en marcha esta, se podrán llevar a cabo a corto plazo medidas que o no cuestan nada o cuestan muy poco, medidas que contribuyan a hacer un pueblo más habitable, más limpio y de mayor encanto.

 

Hay que empezar un tiempo nuevo, en eso creo que todos estamos de acuerdo, un tiempo en que se escuche más a los vecinos, en que no se  visiten los barrios solo cada cuatro años, en que los vecinos no tengan que ver a sus representantes echarse los trastos a la cabeza en unos Plenos llenos de dimes y diretes o de quejas porque falta un bordillo en una calle, en que sus políticos aborden con seriedad temas como la situación del patrimonio material e inmaterial del pueblo, o el desarrollo urbanístico del pueblo (y de su campo y su sierra), o las posibilidades turísticas del pueblo y su potenciación, o la operatividad y organización del funcionariado, o las posibilidades de diversificación económica o tantos otros temas de calado que afectan al Abarán del presente y del futuro.

 

El problema más urgente que se presenta a todo alcalde es cómo pagar la nómina del mes a los funcionarios, que no es pequeño. Pero, tras ese, hay que empezar a acometer la tarea urgente de volver a ilusionar a los abaraneros con su pueblo y a hacer que los que nos visitan, que cada vez son más, se vayan encantados de lo que aquí han visto y vivido. Y no se encuentren un pueblo con la oficina de turismo cerrada; el teatro, cerrado; las iglesias, cerradas; las calles no demasiado limpias; el trayecto a la Ermita, una carrera de obstáculos y, hasta hace poco, la noria en penosa situación. Que, si vienen acompañando a un equipo al polideportivo, no tengan que hacer juegos malabares con el coche o autobús para entrar o salir por ese “desfiladero” angosto y  tercermundista, además de muy peligroso.

 

Para ello, entre otras cosas, hay que acometer una regeneración de los barrios, uno a uno en orden de prioridades, comenzando quizás por el casco antiguo, con una limpieza a fondo, con el encalado de sus fachadas más deterioradas (esto cuesta muy poco), con una señalización más llamativa, con algún que otro adorno floral cuyo mantenimiento puede ir a costa de los vecinos e incluso con una celebración final que sirva de convivencia y unión entre los vecinos, que contribuya a restaurar ese sentimiento de vecindad hoy ya casi desaparecido.

 

Y hay que poner sobre la mesa la situación de abandono de tantos inmuebles a los que hay que buscar una utilidad: laboratorio Hortel, comisaría de Policía, bajos plaza de toros, antigua guardería, antigua residencia de ancianos… No se podrán acometer todos de  golpe, pero habrá que empezar por alguno de estos edificios en un proyecto de rehabilitación progresivo que evite su ruina total y que le dé una rentabilidad social.

 

Y hay que acometer de una vez el diseño definitivo de un polígono industrial, aunque ya sea un poco tarde pues no hay, precisamente ahora, empresas en cola para ubicarse en este momento.

 

Y tantos otros asuntos que hay que afrontar e intentar ir solucionando poco a poco para que el ciudadano sienta que Abarán se mueve, que está saliendo de un letargo prolongado, y que por ello merece la pena vivir aquí, merece la pena que nuestros jóvenes no se vayan más allá de la Garita para labrarse un futuro digno, merece la pena que nuestros niños y niñas vayan aquí a la escuela y desde allí se realice una tarea de divulgación de la historia, paisajes y costumbres de su pueblo que los encariñe más con él (algo también que cuesta poco) y que nuestros ancianos puedan tener una vida más cómoda y se sientan útiles transmitiendo a las jóvenes generaciones sus vivencias en un plan intergeneracional, que también es algo barato.

 

Para conseguir todo este cambio en las pulsaciones de un pueblo, hace falta que los que nos gobiernan, a pesar de sus diferencias, se unan en los grandes problemas del pueblo, aporten soluciones al que gobierna cuando estén en la oposición y escuchen a los opositores los que estén en el gobierno, y todo ello en un clima de respeto mutuo e incluso afecto, pues ya es soñar despierto el conseguir un gobierno de todos, con representantes de todas las tendencias,  tal como está hoy el patio de la política.

 

Pero hace falta también que los gobernados, nosotros, los que hemos elegido la opción, también legítima, de permanecer al margen de la política, contribuyamos a la mejora del pueblo, aportando ideas por una parte y, por otra, colaborando cada uno en la tarea en la que esté más preparado. Y no solo los que vivimos más acá de la garita, sino también los que viven más allá y que han conseguido algunos altas metas en sus tareas profesionales y con los que se podría formar una especie de Consejo Asesor para escuchar sus iniciativas (algo también que cuesta poco), idea que ya vengo repitiendo hace tiempo.

 

Y es que no estamos hablando de un pueblo lejano y ajeno, cuyo devenir no nos va ni nos viene, es que se trata de Abarán, nuestro pueblo, el pueblo que hemos de defender, por encima de todo, el que hemos de engrandecer con pequeñas o grandes actuaciones, el que hemos de hacer llamativo y encantador para los que estamos aquí día a día y para los que vienen de fuera, el que  nos vio nacer a nosotros y a nuestros abuelos y tatarabuelos, el que tiene una balconada y un parque y un teatro y unas tradiciones con una atracción especial que merece la pena sentir y, sobre todo, el que tiene unas gentes que, guiadas por sus gobernantes, unidos a pesar de sus diferencias,  hacen lo posible por mejorar su pueblo, echan una mano para  que se supere día a día y sienten de nuevo el orgullo que les hace decir a voz en grito “Soy de Abarán”.

José S. Carrasco Molina

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