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José S. Carrasco Molina

Ojós, ¿un pueblo pequeño?

José S. Carrasco Molina Viernes, 06 de Septiembre de 2019 Tiempo de lectura:

Por más que consulto diversas fuentes de información, todas me dicen lo mismo, que Ojós es el municipio más pequeño de la Región, pues cuenta apenas con 500 habitantes en una superficie de 47 km, por lo que su densidad de población es de 10 habs. por km. cuadrado. Y deben ser ciertos datos, pero la verdad es que me cuesta trabajo creérmelos.

 

Y es que, después de muchos años de interés por ver su fiesta, este año, por fin, me desplacé a Ojós en su día grande en honor a San Agustín el 28 de agosto. Ya me impresionó al llegar, o mejor, al intentar llegar al pueblo, el ver las largas hileras de coches que apenas permitían circular por la calzada. Y ya empecé a preguntarme cómo un pueblo tan diminuto puede tener este poder de atracción y puede convocar en una noche a miles de personas de los más variados lugares. Pasadas las doce de la noche encontré la explicación. Y es que este pueblo es capaz de organizar un espectáculo realmente impresionante, increíble, muy difícil de conseguir incluso en ciudades importantes, pues el poder contemplar y escuchar durante media hora miles y miles de cohetes iluminando el cielo del valle, en un decorado realmente impresionante es algo único.

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Pero, si impresionante y difícil de creer si no se ha visto, es esta “cohetada” que parece no tener final, mucho más lo es el saber que todo ese espectáculo, esos miles de cohetes son costeados por los propios vecinos, sale de sus bolsillos y de su amor por el pueblo que les vio nacer y del orgullo de vivir en ese pequeño rincón y del deseo de hacer, aunque sea durante un rato, a su pueblo el centro de la admiración de miles de personas. Y este hecho es tan importante y digno de admiración como el propio espectáculo pirotécnico. Y eso es lo que hace a un pueblo grande aunque los datos geográficos o demográficos nos digan otra cosa.

 

La verdad es que quedé impresionado por lo que vi y oí, algo increíble, pero tras la impresión vino la reflexión. Y esta  llegó  inmediatamente después de tal derroche de color y ruido. Porque si en un pueblo de apenas quinientas almas sus vecinos, sin esperar ayuda de nadie, sin esperar que desde arriba le solucionen las cosas, es capaz de montar este espectáculo tan grandioso, ¿qué podríamos hacer si los diez mil abaraneros nos uniéramos en una empresa común?

 

Y esta lección podríamos concretarla en la organización y vivencia de nuestra feria, de esos días del año en que Abarán, como todo pueblo, se siente más pueblo y se arraiga más en su tierra y se conecta más con todas las generaciones que nos han precedido.

 

Es verdad que en Abarán las fiestas son unos días vividos y sentidos por la inmensa mayoría de los que aquí vivimos e incluso de muchos de los que viven más allá de la Garita. Y eso es algo positivo en unos tiempos en que la identidad de los pueblos se va diluyendo y todo se va igualando y desnaturalizando.

 

Pero también es verdad, o al menos es mi punto de vista, que la implicación en la organización de la feria es muy pequeña, que esperamos que todo nos venga desde arriba, que todo se nos organice, y se nos sufrague, Y esto es una mala costumbre que poco a poco hay que ir desterrando porque la celebración de nuestros días más grandes no puede estar supeditada exclusivamente a la voluntad y a la disponibilidad de recursos del que gobierna, sino que todos debemos ser corresponsables.

 

Aterrizando solo en el terreno de la pólvora, que es una de las protagonistas de toda feria, si 500 personas, en su mayoría de edad avanzada, son capaces de lanzar al cielo doce mil cohetes que iluminan el valle, ¿qué podríamos conseguir nosotros que somos veinte veces más? Y, sin embargo, ese abaranero de los pies a la cabeza, aunque sea de adopción, que es el Bendito se las ve y se las desea para poder montar una mini-mascletá a la salida de nuestros patronos en el acto más importante de la feria. E igual que podríamos hacer con la pólvora, se podría hacer  en otros ámbitos como los papelillos (podríamos aportar miles de bolsas) o podríamos sufragar las 'charangas' musicales. Todo ello si empezáramos a tener esa conciencia de que las fiestas son de todos y para todos.

 

Y, junto a esa conciencia de corresponsabilidad, tampoco estaría mal, según mi modesta opinión, el procurar valorar mejor lo nuestro y acabar con ese derrotismo del que muchas veces hacemos gala, sin llegar, por supuesto, que eso también es malo, a un triunfalismo excesivo que nos haga pensar que no hay pueblo que nos pueda igualar en el orbe terráqueo. E igual que tendríamos que imitar de Ojós esa unión de los vecinos para la fiesta, podríamos mirar otro pueblo cercano para contagiarnos algo de esa valoración positiva de lo suyo.

 

Y es que en otro de esos pueblos cercanos, si tiran cuatro cohetes, exclaman “¡vaya un castillo!” y aquí, muy cerca, si se tira un luminoso y espectacular castillo, decimos “¡cuatro cohetuchos!”. Es esta una actitud que ayuda poco a mejorar un pueblo, que anima poco a cualquiera que tenga una iniciativa a llevarla a cabo, pues la respuesta pocas veces será de apoyo y estímulo.

 

Es verdad que estos no son los problemas fundamentales de un pueblo,  que lo que urge es dar posibilidades de trabajo a los jóvenes, diversificar la actividad económica, llevar a cabo una planificación urbanística para la ubicación de nuevas empresas…y otros muchos, pero si fuéramos capaces de hacernos un racimo aunque sea para la vivencia de nuestra feria y de valorar lo que tenemos, que es bastante en todos los órdenes de la vida, tendríamos mucho camino recorrido para conseguir mejorar este trozo del valle al que tanto amamos, cuidamos y debemos.

José S. Carrasco Molina

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