
La colonia abaranera en la capital de España ha perdido a uno de los suyos, Cecilio Montiel Gómez (Abarán, 1932). Un paro cardiaco mientras dormía acabó con su vida en la noche del pasado viernes y ya no podrá hacer seguir gala de su abaranerismo.
Hijo de Cecilio Montiel y Maximina Gómez ‘de los Estrellas’, Cecilio tenía dos hermanas, Pilar y Amalia, ya fallecidas. Marchó a Madrid con catorce años y allí siguió estudiando y trabajando con su padre Cecilio, con el que se inició como ebanista en la calle San Damián, de Abarán, junto a su tío Nene y su primo Jaime. Este oficio le acompañó toda su vida montando años después una fábrica de ebanistería de maderas nobles, decoración y restauración que dio trabajo a treinta familias. Muchos edificios de Madrid y un gran número repartidos por toda España llevan su sello.
En Madrid conoció a su mujer, la pianista María Josefa Barcia Ramírez, a la que cariñosamente llamaba Maru. Ella contaba 19 años y él, 22. Tras tres años de noviazgo se casaron en la iglesia de ‘El Pilar’, de cuyo matrimonio - que ha durado sesenta y tres años-, nacieron dos hijas: Rosa María y María José, ésta última la afamada y prestigiosa mezzosoprano de talla internacional. «La primera vez que mi padre vio a mi madre, pensó: esta es la mujer con la que me gustaría casarme. Y así fue», relató ayer María José Montiel, desde Berlín, ciudad alemana donde vive con su marido Camilo y donde trabaja como catedrática en dicha Universidad, y que debido a la situación de la Covid-19 no pudo desplazarse este domingo hasta Madrid para asistir al funeral y darle el último adiós a su padre, que recibió cristiana sepultura en el cementerio de San Roque, situado en la localidad madrileña de Becerril de la Sierra.
Cecilio ya sufrió un grave infarto de miocardio a los 52 años producido por el tabaco, y años más tarde tuvo que someterse a una intervención de pulmón. Desde entonces la salud de nuestro paisano era algo delicada, y en los últimos años tenía que recibir oxigeno durante varias horas al día.
«Nuestro padre era muy fuerte, valiente y sensible a la vez, y nunca tuvo miedo a la muerte. Murió dulcemente, sin dolor ni sufrimiento, tal y como certificó el médico», argumentan sus dos hijas, quienes se vuelcan en elogios hacia la figura de su padre, «un hombre fundamentalmente bueno, de carácter amable y cariñoso pero con mucha fuerza en sus decisiones», sostienen.
Sus amigos, entre los que se encuentra quien esto escribe, y sus familiares de Abarán recuerdan los viajes constantes a su pueblo natal siempre que tenía ocasión: en Semana Santa, en fiestas y, sobre todo, para el Día del Niño. Uno de ellos, José Simeón Carrasco, a la sazón cronista oficial de Abarán, indicó que «Cecilio era un fiel ejemplo del carácter abaranero pues conjugaba el cosmopolitismo con el arraigo en su pueblo al que llevó siempre en el corazón. Siempre se sintió orgulloso de haber nacido en este rincón del valle».
Hospitalario y acogedor, «Cecilio era un hombre muy especial. Donde entraba no podía pasar desapercibido por su estatura y buena planta y por su semblante amable. Se nos ha ido una persona que dejará una huella imborrable», admiten su esposa y sus dos hijas, que han cumplido su último deseo: ser enterrado frente a la montaña ‘La Maliciosa’, donde ya descansa en paz.
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