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José S. Carrasco Molina

El tiempo sigue detenido en el reloj de la iglesia de San Pablo de Abarán

José S. Carrasco Molina | 1953 Viernes, 21 de Agosto de 2020 Tiempo de lectura:

Mientras que el resto de los humanos está preocupado, obsesionado, por el paso del tiempo, en Abarán tenemos el privilegio de que el tiempo no discurre por estos lares, pues se detuvo un día a las dos y un minuto en el reloj ‘oficial’ de la torre de la parroquia de San Pablo, y así sigue ya varios años.

 

Ironías aparte, partiendo de la base de que, con todos los problemas que tenemos encima, pues estamos viviendo una situación nunca vista en nuestro pueblo ni en el mundo, este del reloj no es, desde luego, el más importante de Abarán hoy, sin embargo también hay que defender la importancia de las pequeñas cosas, de los pequeños detalles en la vida de un pueblo, porque el pueblo que no lo repara en esos pequeños detalles tiende a irse deteriorando poco a poco.

 

Y, entre estos detalles, está el que funcione su reloj público más antiguo, aquel que ha marcado el paso de las horas a varias generaciones desde la torre de la iglesia de San Pablo, un templo con más de cinco siglos de historia (por cierto, en 2015 se cumplió el quinto centenario de la terminación de la parroquia y pasó tan desapercibido que no se organizó ni una misa conmemorativa, una señal de dejadez y apatía).

 

Parece ser que el origen de esta situación de deterioro de la maquinaria del reloj está en el poco cuidado que mostraron los trabajadores que realizaron la restauración de los tejados, pues no tuvieron empacho en ir depositando escombros sobre las piezas, no siendo capaces de colocar un envoltorio que las protegiera. Aunque ahora ya sirve de poco quejarse, nunca es tarde para preguntarse si no había nadie que supervisara esos trabajos para haber evitado el estropicio aún sin resolver. Otra señal de dejadez y apatía.

 

Por cierto, la restauración interior del templo sigue en el aire, pasan los años y no se ha dado ni una mano de pintura, así que podemos jactarnos de tener la iglesia con el interior más deteriorado de todo el Valle de Ricote. Otra señal que dice poco de nuestra sensibilidad y cuidado por lo nuestro. Y no podemos cruzarnos de brazos y echar la culpa al alcalde o al cura de turno, pues los curas y los alcaldes pasan, pero el pueblo queda y es por ello por lo que debe tomar fuerza la sociedad civil, es decir, todos los que somos y nos sentimos abaraneros, movilizándonos, proponiendo alternativas, aportando recursos y soluciones, denunciando situaciones que impidan el desarrollo de este pueblo en todas sus facetas y no solo en lo económico.

 

Compartiendo puntos de vista en torno a este pueblo, el otro día coincidimos comiendo cuatro soperos “activos”, es decir, de los que no se limitan a criticar sino que arriman el hombro cuando se les pide. Entre estos, un mecánico que conoce bien la maquinaria y la situación del susodicho reloj y que mantiene que su arreglo es factible y, además, su coste económico no es nada exagerado e incluso que, en lo que respecta al sonido de las campanas, se puede regular para que cese en la madrugada (aunque es la mejor compañía en momentos de insomnio).

 

Urge ya el conocer el coste de esa operación y procurar los recursos necesarios que no tienen por qué ser solo públicos, pues somos conscientes de que hay iniciativas privadas para colaborar y solo así evitaremos la imagen de un reloj parado pues parece estar en contradicción con esa visión de Abarán como un pueblo de gentes emprendedoras y activas, gentes que fueron capaces de asentarse en un terreno tan difícil por su orografía, gentes que construyeron sus norias para elevar el agua y regar sus huertos, gentes que llevaron a cabo a principios del pasado siglo la obra de ingeniería hidráulica más importante de su tiempo, gentes que consiguieron llevar a su equipo de fútbol a la División de Plata del fútbol nacional. Ante esto, el arreglo de un reloj es muy poca cosa y tenemos que ser capaces de realizarlo para que podamos hacer realidad aquella canción de Sabina que dice: “y nos dieron las diez y las once, las doce y la una y las dos y las tres…”

 

José S. Carrasco Molina

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