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Tanatoabaranología para escépticos

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De nuevo es tiempo de crisantemos, tardes ancianas vestidas de rosicler y aroma a ciprés. De los controles perimetrales solo se han librado las brujas. La falta de higiene de algunos de los mortales han dado lugar a que las mascarillas den más miedo por dentro que por fuera y aunque descerebrados, parece ser que los zombies han sido los únicos que se han librado de PCR, tabletas serológicas y test de antígenos. Nuevamente la castaña ha sido sustituida por la calabaza y durante semanas las manzanas de caramelo han anunciado una nueva campaña de exequias al castellanismo frente nuestro popular arrope y calabazate.

 

Sin embargo, ríanse los ingleses y americanos sobre la tanatoabaranología y es que, hubo un tiempo en el que era habitual guardar el traje de boda para la mortaja (¡Míralo Resules, parece un novio!), vestir el hábito de una determinada Orden religiosa encomendando la protección del alma a un determinado santo o dedicar toda una vida para pasar del luto riguroso al medio luto. De pertenecer a alguna cofradía el estandarte de la misma abriría el cortejo y si además se trataba de la Hermandad de San Juan se costeaba el entierro y ataúd. 

 

En señal de duelo se guardaban espejos, a los cuadros se les daba la vuelta y era retirado de la vista cualquier objeto metálico que pudiera brillar con la luz. Decíase que al llorar no se dejaba descansar al fallecido y que el uso o préstamo de sus ropas podía atraer la desgracia. Durante el primer mes estaba mal visto que las viudas salieran de casa y para conducir el alma al paraíso se celebraban las casi desaparecidas misas del Cristo de Las Penas. El toque de difunto era distinto por sexo y edad e incluso, mientras que el cantar de los mochuelos anunciaba el nacimiento de un bebé "con gracia" (por ejemplo, con el don de curar el mal de ojo), los ladridos sentidos de los perros anunciaban la muerte justo en el hogar donde reposaban. En vísperas de Todos los Santos se limpiaba profundamente la casa y cambiaban las sábanas por aquello de que los fallecidos volvían a sus hogares. Además, si al suelo caía comida o bebida no se recogía, sino que se apartaba al dicho ¡esto para los fieles difuntos!

 

Las niñas eran veladas con el pelo fuera del féretro previamente adornado con flores alrededor de cabeza, cuello y torso. Si el fallecido no lograba cerrar totalmente los ojos o era amortajado sin zapatos iría directo al infierno (con las respectivas consecuencias en vida para sus familiares). También se aprendía la siguiente oración: Viernes Santo al mediodía, cuando la gente comía, mi redentor caminaba con una cruz a sus hombros, de madera muy pesada. Con ella caía en tierra, con ella se levantaba. Nadie se compadecía, nadie de Él se apiadaba, solo una piadosa mujer que Verónica llamaban. Sacó un paño de su seno y el rostro a Dios limpiaba. Tres dobles tenía el paño, tres caras señaladas. Una mira para Jerusalén, otra para Roma santa, y la otra subió a los cielos, a buscar a su Madre amada. Quién esta oración dijera, todos los viernes del año, sacará un alma de pena y la suya del pecado. El que la sepa y no lo diga, el que lo oiga y no la aprenda, en el día de su muerte tomará lo que venga

 

Tras estos retales de historia aprovechemos estos días del calendario cristiano para desear a nuestros difuntos tanta gloria como paz dejaron. ¿Todavía le sigue pareciendo terrorífico Halloween? Por lo que pueda pasar, les aconsejaría ir cambiando las sábanas en lugar de utilizarlas como disfraz.

Álvaro Carpena Méndez

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