
«65 años de trabajo. Se acabó», reza el cartel que ha colocado en su establecimiento de la calle Doctor Molina el sastre José Yelo (Abarán, 1942), que está liquidando las últimas existencias antes de bajar, por última vez, la persiana de su negocio después de toda una vida dedicada al mundo de la confección textil.
Con catorce años empezó a aprender el oficio en la sastrería de su tío Joaquín, con el que trabajó siete años. Pasado ese tiempo, y antes de hacer la mili, se marchó hasta Barcelona, cuna de la sastrería, para adquirir más conocimientos. «Me fui a la aventura, sin saber dónde iba a dormir ni dónde a trabajar, y encontré una academia de corte y prueba», explica. Poco después consiguió empleo en una de las firmas más importantes de Barcelona, Los Pantaleoni, «que vendía los trajes a la desaparecida tienda La Alegría de la Huerta de Murcia», relata.
En 1967 regresó a su tierra natal y abrió su primera sastrería en la calle General Sanjurjo. «Acerté con este local. Empezamos a coser a medida y en aquella época llegué a tener hasta doce aprendices», recuerda. Tras 29 años en ese establecimiento se trasladó a su comercio actual.
En los años sesenta, el municipio de Abarán llegó a tener hasta cinco sastrerías. José Yelo es el último profesional del gremio que queda en la localidad. En abril dejará huérfano a un sector que le ha dado muchas alegrías. «Puedo afirmar que en estos años he triunfado en este mundo, y además me he sentido muy querido por todos los vecinos», cuenta este abaranero.
A tres meses y medio para cumplir 79 años, Yelo todavía tiene facultades para seguir al pie del cañón. «Los tiempos han cambiado mucho desde que empecé en este oficio. Antes había que echarle muchas horas a los trajes para que tuvieran presencia», recuerda. «Ahora no tengo que tocarlos mucho, ya que con las máquinas se ha perfeccionado bastante».
En cuanto a precios, Yelo explica que en aquellos años cobraba por un traje 700 pesetas. «Los últimos que he hecho cuestan 900 euros», confiesa. «Hasta el año 2008 llegué a vender unos 200 trajes anuales. Pero es cierto que en la última década las nuevas cadenas de moda ofrecen vestuario a precios más rebajados, por lo que la demanda ha sido menor».
«No fue vocacional»
Yelo cuenta con pena los días que restan para bajar la persiana. «Mi oficio no fue vocacional, pero he aprendido mucho y he querido esta profesión al máximo. Si he llegado hasta aquí ha sido porque me han respondido mis clientes de Abarán, Cieza y Blanca, principalmente», explica. «Me duele muchísimo que las ventas hayan bajado tanto en las sastrerías», lamenta.
La mayor alegría que se ha llevado este casi jubilado es «ver a un cliente cuyo traje le ha quedado como una horma a su zapato. No hay mayor satisfacción que esa», se emociona. Y asegura que ha sentido tristeza cuando alguien no quedaba conforme con una vestimenta. Ahora, Yelo se dedicará en cuerpo y alma a su familia, pues adora a su esposa, a sus hijos y a sus nietos. Su único objetivo es recuperar con ellos el tiempo perdido, aunque le duela abandonar el alfiler y el dedal.
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