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Se paró el reloj de Benjamín Caballero

José S. Carrasco / Redacción Sábado, 29 de Enero de 2022 Tiempo de lectura:

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Difícil será encontrar en la historia otro enero en el que se nos hayan ido para siempre tantos paisanos y tan queridos, algunos de ellos víctimas de este virus que nos ha segado ya dos años de nuestra vida.

 

Entre ellos, casi por casualidad, me he enterado de la muerte hace unos días de Benjamín Caballero y creo que, por su trayectoria humana y profesional, merece la pena dejar constancia escrita de la valía de este hombre en el que se unían dos cualidades extraordinarias: la inteligencia y la humildad.

 

Y es que Benjamín ha pasado por la vida sin hacer ruido, con discreción y prudencia. Muy difícil será encontrar a alguien que haya discutido o se haya enfrentado con él. Su hablar discreto, exento de griterío, y su carácter pacífico escondían una inteligencia y una habilidad técnica no demasiado corrientes, algo que llevaba en los genes pues el apellido Caballero está ligado al mundo de la mecánica ya que tanto su padre, también Benjamín, como sus tíos Alfredo y Nicomedes (que tiene dedicada una calle en nuestro pueblo), eran mecánicos eminentes.

 

Pues Benjamín era heredero y miembro destacado de esa saga y tenía una habilidad para la mecánica realmente envidiable y, aunque sin título de ninguna Universidad, era un ingeniero industrial eminente, aplicando esa sabiduría, entre otros ámbitos, al del frío industrial pues fue él quien lo introdujo en muchas de las empresas hortofrutícolas allá por los años 70 y había que recurrir a él ante cualquier incidencia que siempre resolvía con acierto. Junto a ello, tuvo otra aportación importante en aquellos tiempos de pleno apogeo exportador, pues registró en 1960 la patente de “un aparato para el acondicionamiento automático de frutos en sus respectivos envases”, invento que pretendía salvar los inconvenientes del envasado manual de la fruta sustituyéndolo por uno automático, patente que luego perfeccionó en 1963.

 

Pero, aunque solo registrara oficialmente estos inventos, sin duda tuvo algunos más, pues tenía una mente privilegiada y de sus manos hábiles saldrían más mecanismos novedosos de los que él no se vanagloriaba sino que toda su actividad la llevaba a cabo con humildad y sin orgullo, valores a los que hay que añadir su altruismo y generosidad, demostradas, entre otras cosas, en el mantenimiento durante muchos años del reloj de la iglesia de San Pablo sin recibir nada a cambio, haciéndolo además con mimo y extremo cuidado, algo que le reconocimos públicamente cuando de nuevo, en junio del pasado año, pusimos en marcha este reloj emblemático tras un tiempo sin funcionar.

 

Con su muerte y la de José Joaquín García, en unos pocos días de este triste enero, se ha quedado la Calle Larga sin dos personas tan valiosas como discretas, tan capaces como prudentes. Dos ejemplos a seguir.

 

José S. Carrasco Molina

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