
No es casualidad que las fiestas de nuestro pueblo queden enmarcadas entre pólvora: comienzan los actos oficiales con el sonido del chupinazo, siempre prometedor e ilusionante, y acaban con el tremendo sonido del trueno gordo, siempre nostálgico y triste. Y es que la pólvora es, junto con la música, el componente fundamental de toda feria. Porque es símbolo de alegría, de diversión, de jolgorio y esos son los condimentos de toda feria. La mascletá del 26 y el castillo del 27, uno de los festejos más populares, contemplado por miles de personas, son los otros platos fuertes de la programación “polvorista” de nuestra feria. Pero en la feria, junto a los grandes eventos, se deben cuidar también los pequeños detalles, y uno de esos detalles es el sonido de los cohetes por la mañana temprano que son el mejor pórtico y el más alegre preludio de la jornada festiva y que no siempre suenan en nuestros días más importantes, y es algo que cuesta poco trabajo y poco dinero y que hace que no perdamos ese sabor a pueblo que nunca debe diluirse.
Y, si el sonido de la pólvora es símbolo de fiesta, no lo es menos la música en todas sus manifestaciones. La oímos en el parque a cargo de conjuntos orquestales o en el teatro, pero es en la calle donde más nos convoca a vivir la feria. Y son, sin duda, las dianas de la mañana las que tienen un sabor más entrañable pues riegan las calles de alegría al comenzar el día. Detalles que no deben tampoco perderse si queremos mantener ese sabor a pueblo.
Pólvora y música, ruido en el cielo y melodías a ras de tierra…ingredientes que no pueden faltar en una feria. Junto a ellos, tenemos la gran suerte de contar con festejos de todo tipo como carrozas, actos culturales, toros, actividades infantiles…y, sobre todo, Gigantes y Cabezudos, muchos y variados, que se han convertido en una de las principales atracciones de estos días y que hay que seguir potenciando y apoyando desde todas las instancias.
La programación está ahí, pero falta algo muy importante y es la voluntad de los abaraneros/as para vivirla con intensidad, para dejarse por unos días la comodidad de la casa, la programación televisiva, y echarse a la calle y no respetar en unos días esa recomendación de las ocho horas de sueño, sino robarle horas al sueño para vivir cada día de fiesta desde la mañana hasta la madrugada, pues tiempo habrá de dormir tras el trueno gordo. Porque sin gente no hay fiesta.
Y, hablando de la vivencia intensa y plena de la feria, no puedo menos que traer a colación la figura de una mujer que era buen ejemplo de ello, que exprimía todo el programa, que apenas se perdía un festejo, que no faltaba a una novena ni a una procesión, que disfrutaba como una niña con los gigantes y gozaba a tope con los papelillos, que vibraba con los toros, que cerraba las verbenas; no en vano, estuvo un tiempo como concejala y, evidentemente, la parcela que se le encomendó fue la de Festejos, no podía ser otra y en esta tarea, a pesar de que el tiempo no le acompañó muchas veces, fue feliz programando para todo el pueblo todo lo que ella vivía desde siempre. Y es que disfrutaba haciendo disfrutar. Es verdad que era mi hermana, Isabel, que nos dejó hace unos meses pero creo que no es exagerada esta semblanza sino que responde a lo que fue su vida y su forma de vivir la feria y las cosas de su pueblo.
¡Ojalá todos imitáramos esa forma de disfrutar de estos días con intensidad y alegría pues solo así viviremos y transmitiremos a los que vienen detrás la llama de una feria que es la seña de identidad de un pueblo, de este pueblo, de nuestro pueblo!
José S. Carrasco Molina
(Cronista Oficial de Abarán)
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